[Texto] Las estructuras capitalistas y el poder social. Situación actual

Vamos a tratar de analizar en este texto qué es el capitalismo y algunas de las relaciones sociales que genera. La finalidad no es otra que conocer mejor cual es la situación en la que nos encontramos hoy en día para tratar de enfrentarnos mejor; y como es imposible que en la brevedad se halle la abundancia, las pinceladas bastarán para que las reflexiones personales y colectivas completen y modifiquen el cuadro en función de vivencias subjetivas y contextos diferentes. Adoptamos la postura simplificadora de que hay dos bandos: el suyo y el nuestro, y en medio toda una cantidad de personas que no se definen políticamente, o no lo hacen tras una reflexión mínimamente seria. Más allá de una mitificada guerra social “en curso”, consideramos que definirnos como enemigos aporta un elemento de diferenciación que puede ser positivo, pero esta diferenciación no siempre se delimita claramente.

LAS ESTRUCTURAS CAPITALISTAS Y EL PODER SOCIAL. SITUACIÓN ACTUAL

“La bandera avanza hacia el paisaje inmundo, y nuestra jerga ahoga el tambor.
“En los centros alimentaremos la prostitución más cínica. Aplastaremos las revueltas lógicas.
“¡En los países de pimienta y destemplanza! – al servicio de las más monstruosas explotaciones industriales o militares.
“Adiós a los de aquí, a cualquier sitio. Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será feroz; ignorantes para la ciencia, taimados para el bienestar; que reviente el mundo que avanza. Ésta es la verdadera marcha. Adelante, ¡en camino!”

Arthur Rimbaud. Iluminaciones


RELACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN EL CAPITALISMO

Vamos a tratar de analizar en este texto qué es el capitalismo y algunas de las relaciones sociales que genera. La finalidad no es otra que conocer mejor cual es la situación en la que nos encontramos hoy en día para tratar de enfrentarnos mejor; y como es imposible que en la brevedad se halle la abundancia, las pinceladas bastarán para que las reflexiones personales y colectivas completen y modifiquen el cuadro en función de vivencias subjetivas y contextos diferentes. Adoptamos la postura simplificadora de que hay dos bandos: el suyo y el nuestro, y en medio toda una cantidad de personas que no se definen políticamente, o no lo hacen tras una reflexión mínimamente seria. Más allá de una mitificada guerra social “en curso”, consideramos que definirnos como enemigos aporta un elemento de diferenciación que puede ser positivo, pero esta diferenciación no siempre se delimita claramente.

El primer bando es el del Poder, con mayúsculas[1], formado por el capitalismo, hegemónico en el mundo tras la caida de la URSS, y los que se ven beneficiados por las relaciones sociales y económicas que este tipo de sistema supone.

Esto es así en tanto en cuanto el capitalismo no existe físicamente en sí mismo, puede tener representaciones físicas, como el dinero, pero carece de una materialidad palpable como tal. Por tanto, el capitalismo no es sino un sistema económico que supone una serie de relaciones económicas, y el conjunto de esas relaciones económicas es la base, como ya indicó Marx, de las relaciones sociales.

Este tipo de relaciones sociales son principalmente diádicas: jefe-empleado, hombre-mujer, autóctono-migrante, etc., y a pesar de darse en diferentes posiciones de la jerarquía siempre se da el mismo esquema binario: superior-inferior. Tales díadas implican que las personas situadas en su nivel superior tengan derecho a exigir una serie de beneficios, de diversa índole, a las del nivel inferior. Este derecho a exigir tiene su origen en la formación del capitalismo, cuando se produjo la llamada acumulación primitiva. Mediante esta se produjo la “disociación entre el productor y los medios de producción”[2], siendo llevada a cabo al coincidir la ruptura de las relaciones feudales con la creación de las fábricas, y viéndose los anteriores campesinos, ahora sin tierra, obligados por las circunstancias a entrar a trabajar en ellas. Hemos simplificado en exceso el proceso, pero lo que queremos resaltar es el momento en el que se establece esa relación de superioridad-inferioridad en las relaciones económicas y como se arrastra hasta nuestros días[3]. Los campesinos que se quedaron sin tierra desarrollaron una dependencia hacia los primeros burgueses y sus fábricas, convirtiéndose en obreros fabriles. Este esquema se ha ido modificando a lo largo de la Historia –mediante la renovación permanente de medios de producción, el avance tecnólogico, el aumento del nivel de vida en paises capitalistas, la ilusión de poder que da la democracia, entre otros factores—, pero ha mantenido la supuesta dependencia basada en la previa generación de escasez material colectiva, mediante la acumulación individual de capital. Escasez que pasará a ser gestionada de forma que se perpetúe el statu quo, invirtiendo parte de dicho capital siempre y cuando se prevea que se va a recibir más a cambio.

La característica principal de este sistema económico es que está basado en la obtención de beneficio, siendo la plusvalía el modo de extracción de beneficio por excelencia. La plusvalía es la diferencia entre el beneficio que el trabajador proporciona a la empresa y el salario que recibe a cambio, es decir, una parte de lo que le pertenece. Esta apropiación ilegítima continúa en nuestros días, Proudhon ya señaló que el capitalismo es un sistema donde “la propiedad es imposible, porque en todo capítulo la producción está en razón del trabajo, no en razón de la propiedad.”[4], aunque en lugar de imposible, debido a la evidencia, pondríamos “injusta”.

Está claro, entonces, cual es el ciclo básico del sistema económico capitalista: la obtención de beneficio económico de la venta de productos, gracias a unos medios de producción que han sido previamente expropiados a los que generan dicha producción de la que será extraido el beneficio.

TOMA DEL ESTADO VERSUS TOMA DEL PODER SOCIAL

Hoy en día, el esquema es el mismo, pero algunos elementos han cambiado, así como determinadas circunstancias en el contexto donde se da. Si bien anteriormente la clase obrera vivía en condiciones de hacinamiento en los barrios dormitorio, cobraba unos salarios que solo daban para alimentar a la familia a veces, moría pronto en fábricas y minas debido al agotador trabajo; en nuestros días estas condiciones, que suponían los principales motivos por los que los obreros decidían sumarse a la lucha, han desaparecido en los países desarrollados o del primer mundo. Es por esto por lo que la teoría marxiana proporciona un nivel de análisis apropiado, pero las implicaciones que se entresacan de su excesiva rigidez se invalidan en la realidad actual. El hecho de que el capitalismo sea el robo constante al trabajador no invita a este último a la toma de los medios de producción. Esto era así cuando este sistema ejercía su control sobre las fábricas; sin embargo, este control se ha extendido a la vida cotidiana apoyado por el crecimiento del sector terciario, exento de las condiciones anteriormente expresadas. Una política limitada a la toma de los medios de producción –y a la toma del Estado para extenderla y protegerla— encuentra sus limitaciones al proponer el trabajo como centro de la vida de las personas, cuando en realidad, el trabajo es el centro del sistema capitalista, no el de los seres humanos. Una revolución basada exclusivamente en el trabajo no ha acabado de desprenderse de las concepciones capitalistas, tal y como demuestra la historia.

La clase obrera no está destinada a la toma del Estado, porque la clase obrera forma parte del sistema de la misma forma que lo hace un burgués. La dialéctica que establecía dicho precepto estaba en contradicción con el hecho de que el proletariado es resultado de una relación socio-económica que distorsiona lo que las personas son realmente. Esta relación era establecida no solo por los empresarios capitalistas, sino que era mantenida por el Estado, pero este Estado forma parte de dicha relación, no es autónomo de ella, no puede, por tanto, eliminarla. Tratar de que los trabajadores tomen el Estado, reificación social de la autoridad supuestamente necesaria, no es sino entrar en el juego del capitalismo, en la relación entre sus estructuras, al proponer dos de sus creaciones como elementos de liberación: la clase obrera y el Estado.

El sistema actúa como un todo, es la suma entre las relaciones sociales reguladas por el Estado, y las relaciones económicas reguladas por empresas y agentes económicos. Al actuar como un todo, también lo hacen las personas que gobiernan y que son gobernadas, siendo así que no ha habido dictadura burguesa que no haya tenido su parte proletaria (demostrado en el populismo) ni dictadura proletaria que no haya tenido su parte burguesa (demostrado en el burocratismo). Las revoluciones del pasado siglo que se dirigieron a la toma del Estado han demostrado como el Estado en el sistema capitalista no está para nada más que para interaccionar con capitalistas, y en un sistema socialista para restaurarlos. Puede enfrentarse a ellos y tratar de eliminarlos, pero entonces descuidará el resto de sus labores como son la liberación de los trabajadores del trabajo asalariado, la libertad de expresión, la autoorganización en consejos o asambleas, etc. Así ha sido debido a la centralidad del trabajo a la que haciamos referencia anteriormente, al olvido de la vida cotidiana, a la noción de que las personas están al servicio de la revolución cuando, en realidad, deben llevarla a cabo por sí mismas.

Esto fue lo que ocurrió en Rusia tras la revolución de 1917 y más recientemente en Cuba. En este último caso, más de 50 años lleva supuestamente la clase obrera en el poder, y se mantiene la dictadura “del proletariado” afirmando todavía la lucha contra el capitalismo burgués.

En Cuba se argumenta que el Estado actúa como defensor contra el imperialismo americano y con esa excusa se mantiene en el poder una minoría dirigente; sin embargo, no entendemos que lleva a pensar a dicha minoría dirigente que lo hace mejor de lo que el pueblo cubano lo haría. El pueblo cubano, está perfectamente preparado para organizar una esructura de defensa militar, una estructura que se encargue de la producción y distribución de los bienes de forma federativa y horizontal. Decidir mediante organizaciones de base proporciona diferentes ventajas, entre ellas, que carece de centralismo por principios, pero en un momento dado de emergencia puede adoptarlo, teniendo siempre las bases el elemento de la destitución inmediata de los responsables de las decisiones tomadas si se diese la necesidad. Para llevar a cabo un proyecto de emancipación, no vemos en la sustitución de un Estado como el actual por otro de tipo socialista sino un freno. Si consideramos a la sociedad como un conjunto de individuos, llegamos a la conclusión de que un avance revolucionario se debe dar para cada uno de esos individuos, y al tomar el Estado la tarea de organizar dicha sociedad, al quitar la responsabilidad sobre aspectos cruciales sobre su vida a las personas, se le está condenando a la minoría de edad y a un retroceso en su liberación.

Volviendo tras este breve inciso al hilo del argumento, está demostrado como el marxismo proporciona unas herramientas de análisis muy superiores a las del anarquismo. Sin embargo, su extremada rigidez teórica no se ajusta a lo caótico de la realidad. Sus propuestas reales no encajan en las circunstancias cambiantes a cada momento, carecen de flexibiliad. Por estos motivos, cogeremos del marxismo los elementos de análisis, pero andaremos otros caminos para lograr nuestra liberación.

Bajo nuestra perspectiva, el poder se refiere a la capacidad, la toma del poder hace referencia a la conquista, por las personas, de la capacidad de dirigir sus vidas. No tiene sentido otorgar dicha capacidad, dicho poder, a una institución cualquiera. El Estado no es sino la reificación de dicho poder, deformándose en una estructura, formada por relaciones sociales, separada de las personas que gobierna; por eso el Estado nunca puede ser el contrato social de Rousseau, sino “la inmolación sistemática de las masas populares”[5] de Bakunin. El poder político no debe ser un Estado, sino que debe ser las mismas personas, representándose en lo que hacen cada día, en lo que hablan entre ellas y en lo que deciden mediante la forma organizativa que se hayan dotado. Llegar a este punto es el objetivo de la toma del poder social. Este objetivo ha de ser realizado por las personas definidas por relaciones libres que establezcan entre ellas, no por proletarios definidos por su relación económica con el capitalismo. Las relaciones sobre las que debe estar basada la destrucción del capitalismo no deben ser la sumisión al trabajo asalariado, ni la militancia en organizaciones con personas que comparten una misma penuria; proponemos que se base en las relaciones positivas que establecen las personas entre sí, sin intermediarios (sean partidos, sindicatos, empresas, etc.), compartiendo los pocos resquicios que quedan de vida real y no una miseria común.

El poder social, cuando se lleva a cabo, no admite ningún otro tipo de poder organizativo o coercitivo por encima de suyo. Hace a todas las personas partícipes de un mismo conocimiento, admitiendo la subjetividad, y de una misma capacidad para gestionar dicho conocimiento. Esto se traduce en una igualdad social a la hora de distribuir y producir los bienes que necesita, sin que intervenga el beneficio.

SITUACIÓN ACTUAL

El capitalismo siempre ha interactuado con el Estado y sus funciones “proteccionistas”, de hecho, la forma de Estado democrático de hoy en día se ha revelado como el mejor garante de sus estructuras económicas por la estabilidad que le proporciona. En un principio su función, al nacer de las revoluciones burguesas, era la de defender los privilegios de los dueños de los medios de producción. En palabras de Malatesta “el gobierno no sirve para nada, si se exceptúa la defensa de los propietarios que lo esquilman [al pueblo]”[6]. Pero esta función ha ido cambiando durante la larga existencia del sistema capitalista, cumpliendo actualmente diferentes funciones además de la señalada. Una serie de procesos más o menos cercanos temporalmente han condicionado sus tareas actuales.

La globalización ha fomentado la deslocalización de las empresas, esto es, en la práctica, llevar las empresas multinacionales a países desestabilizados económicamente, debido a la imposición, tras la descolonización, de gobiernos títere controlados anteriormente por estados imperialistas. En algunos países, como India, los gobiernos han fomentado las ZEE, Zonas Económicas Especiales, donde las multinacionales pueden imponer las condiciones de trabajo que deseen sin ningún tipo de control. El desarrollo de los hechos está claro: en primer lugar se colonizaron dichos países, después de explotar sus recursos humanos y materiales “abandonan” dichos paises asegurándose el control sobre ellos, y por último trasladan las fábricas allí con la excusa de la necesidad de trabajo y flujo económico que tienen, evitando la generación de economía propia y manteniendo el poder.

Primero se creó la necesidad para luego satisfacerla, pero creando al mismo tiempo otro problema que requiere de futura solución. Un círculo vicioso que se retroalimenta infinitamente y que podemos observar en diferentes facetas del capitalismo, desde el consumismo a los servicios sociales.

La deslocalización permanente, asegurada por dicho ciclo, se inició en los años 60 aproximadamente, cuando empezaba un ciclo de luchas contra el capitalismo de amplia extensión mundial. Este fenómeno produjo que las industrias con fábrica de tipo tradicional se viesen sustituidas por el sector servicios, produciéndose la terciarización de la economía en los países desarrollados y la desestabilidad económica e industrialización en los que estaban “en vías de desarrollo” (aunque las consecuencias varían de un sitio a otro). Los puestos de trabajo del sector servicios son de naturaleza diferente a los que había sufrido la clase obrera en el pasado: se elimina en gran parte el hacinamiento, se genera un crecimiento de productos de consumo sin el esfuerzo físico que requerían anteriormente, aumenta el poder adquisitivo que permite comprar dichos productos. La posibilidad de comprar sin preocupaciones implicó que la ley de la oferta y la demanda siguiese su curso, al aumentar la venta de productos se hicieron baratos y aumentó su producción, generando tal oferta de ellos que perdieron su valor. El consumismo encuentra sus mejores días en la actualidad debido precisamente a esta sobreproducción innecesaria.

Volviendo al análisis inicial en el que comprobábamos el punto de vista desde el cual el trabajo asalariado, básico en el capitalismo, suponía un robo debido a la plusvalía, podemos comprobar como los trabajadores del sector servicios también la producen. El flujo de capital tiene es un ciclo que genera dicha plusvalía, en este se invierte capital para la producción (contratación, salarios, materia prima, mejoras y nuevas adquisiciones en maquinaria, etc.) se produce la mercancía, esta es llevada al mercado y la venta del producto genera beneficio para el empresario; de este beneficio una parte se destinará a la acumulación de capital, y la otra a la reinversión para generar mayor beneficio económico[7]. El sector servicios es generador de plusvalía en dos sentidos: el primero de ellos hace referencia a este ciclo, donde se puede observar como la mercancía desde que sale de la fábrica hasta que vuelve en forma de beneficio económico recorre lo que se llama tiempo de circulación; el sector servicios, o una buena parte de él, la comercial, se encarga de reducir este tiempo de circulación (mediante publicidad, vendedores, etc.), además de incrementar las ventas. La otra forma que tiene este sector de generar plusvalía es la de convertir el tiempo de trabajo en una mercancía, no física, pero que produce beneficios igualmente para las empresas que emplean a trabajadores de ese tipo, siendo la plusvalía la diferencia entre el tiempo de trabajo real y el tiempo de trabajo pagado, mayor el primero que el segundo. Aquí podemos incluir desde el funcionariado a administraciones de diverso tipo.

La tecnología es, asímismo, generadora de beneficios, ya que, al mejorar el aspecto técnico de una empresa, los empleados cobran lo mismo pero producen más (material o inmaterialmente). Los avances tecnológicos se desprendieron hace ya mucho de la esfera de la necesidad para pasar a la del mercado, mejorando la producción, la gestión administrativa e innovando en los productos.

La clase obrera dejó de sentirse clase, ahora vive en casas separadas, no necesita salir a la calle para enterarse de lo que ocurre sino encender la televisión, no pasa hambre sino que hace dieta y ejercicio. El sistema realizó una estrategia brillante al desplazar la mayor parte de la fabricación de productos básicos al extranjero, por un lado reducía los costes de mano de obra y por otro aumentaba la necesidad, del Estado y de las personas, respecto al mercado global. Como las únicas entidades capaces de intervenir en el proceso de compra-venta internacional eran las multinacionales, el Estado desarrolló una dependencia hacia estas, de la misma forma que estas dependen de él.

Las nuevas funciones y tareas del Estado moderno estan relacionadas, por tanto, con la potenciación y perpetuación de este ciclo. Tanto las estructuras económicas como las estatales se benefician de esta forma de funcionar, ya que se apoyan mutuamente sobre esta base.

El bienestar y la dependencia de estructuras socio-económicas que se sitúan unos peldaños más arriba en la jerarquía funcionaron a modo de tenaza para las posibilidades de liberación. La concepción de que el Estado ha traido el bienestar social se relaciona directamente con la ideología del ciudadanismo, surgida de esta coyuntura. Esta postura política aboga por la legitimidad del Estado para controlar los excesos del librecambio, sin cuestionar el sistema en su totalidad y considerando utópico cualquier posibilidad de cambio real. La dependencia hacia estructuras superiores son una muestra de cómo la jerarquía busca únicamente su perpetuación.

PERSPECTIVAS

Estas son, de una forma resumida, las condiciones del contexto en el que se encuentra el reducido núcleo de revolucionarios, por su parte, dispersos y divididos. La incomprensión teórica de las condiciones sociales lleva a algunos a unirse al ciudadanismo más pueril y a otros a seguir la corriente de un nihilismo que no ve en ningún tipo de práctica la patada que abra la puerta. Ninguno de los dos polos comprende la situación histórica que vivimos, por ese mismo motivo unos cuentan con las masas y los otros con ellos mismos, pero ninguno cuenta con las personas.

Dado que hemos comprobado que las condiciones de explotación siguen siendo las mismas en esencia, a pesar de haber cambiado los aspectos periféricos que eran los que hacían insoportable el trabajo asalariado (hacinamiento, esfuerzo exhaustivo, bajos salarios, etc.), y por tanto, el capitalismo; no hay sino dos opciones que se entrelazan en una misma alternativa: desenmascarar las relaciones de autoritarismo[8] escondidas bajo el manto del bienestar y encontrar otras esferas de crítica y acción más allá de los tópicos rutinarios.

Tanto una como otra, para ser efectivas, requieren de la existencia de un tejido social, donde las personas no se relacionen mediante mercancías o intereses individualistas apropiados pero ajenos. Esto supone desmasificar a la sociedad para que sea realmente una sociedad, la uniformidad junto con el pensamiento único, construidos por medios de comunicación y sistemas educativos de diversa índole, evitan el conocimiento crítico acerca de la forma de funcionar de la sociedad en la que se vive. La carencia de recursos entorno a las diferentes formas de organizarse socialmente es síntoma de la falta de comunicación real, no mediatizada, entre las personas. Este será, por tanto, el primer paso que se debe tener en cuenta para lograr la desmasificación: un tejido social que de pie a una verdadera comunicación (o viceversa), permitiendo el conocimiento de que la democracia capitalista es una forma de organizar la sociedad, pero no la única.

Solo a partir de aquí se puede hablar de un salto cualitativo en la lucha, aumentando la radicalidad en las acciones –que nunca se debería haber perdido en los discursos—. La fuerza de un movimiento no se haya exclusivamente en la cantidad de personas que lo componen, ni tampoco en las acciones separadas que realicen pequeños grupos; sino en la conciencia clara de lo que supone tener herramientas a su disposición tales como asambleas, medios de información propios, capacidad de movilización, conocimiento de lo que es el Estado y el capitalismo, y, naturalmente, la acción directa. La fuerza está en los barrios autoorganizados, en los pueblos, en las calles; y no en centros sociales ajenos a la realidad social, ni en asambleas de privilegiados que han “roto sus esquemas”, ni en los grupos de afinidad que confundan la informalidad con la descoordinación. Consideramos la forma organizativa de asambleas y grupos de afinidad acertada, pero la inercia las convierte en inefectivas por la falta de flexibilidad y adaptación que genera. Estos modelos se convierten en ocasiones en “simulacros”, en el sentido que le dio Baudrillard[9], ya que las personas que los forman ponen sobre la realidad de lo que es una asamblea, a un conjunto de signos que dan fe de que ahí hay una asamblea, pero sin que realmente haya un trabajo político coherente, papable, real tras ellos. Todo se reduce a demostrar algo que no hay debido a una inercia que disuelve la práctica con contenido social.

Si nuestro análisis inicial, tomado del marxismo, hace referencia al trabajo, puede parecer una contradicción que más adelante renguemos del trabajo como centralidad en la vida. No obstante, nos parece importante señalar que es el trabajo asalariado la base del capitalismo, y que sus mecanismos deben ser conocidos. Si bien no podemos apoyar una lucha cuyo centro sea trabajo, reconocemos que la mayor parte de las revueltas del pasado, y de la actualidad, han tenido al trabajo como elemento siempre presente con una mayor o menor centralidad. No es de recibo, por tanto, conocer cual es su funcionamiento para desgranar cuales son las características que le ha inculcado el capitalismo, y cuales serán las que le aporte una sociedad libre. Debido a que una gran parte de las luchas se llevan a cabo por motivos laborales es importante desvelar en que consiste, para que su crítica no se quede coja y nuestra práctica al respecto no parezca caprichosa o carente de lógica. Obviamente, lo realizado en este texto no es suficiente, es simplemente una pequeña muestra.

En cualquier caso, las relaciones económicas, representadas mayormente por el trabajo asalariado, son las que se encuentran en la base del sistema capitalista, y su transformación trae la del sistema en su totalidad. Precisamente por este motivo, dichas relaciones económicas (el trabajo) deben ser desplazadas del centro de una sociedad libre, considerando la producción y distribución de bienes como un aspecto más de la vida, no como una base sobre la que esta se edifica. Eliminar la dicotomía entre oferta y demanda, para regirse por las necesidades. Si se sitúa al trabajo en el centro de un proyecto de liberación, se está desplazando a la vida como centro del ser humano, entendiendo que dentro de la vida existen toda una serie de elementos, entre los que se encuentra la supervivencia, función inicial del trabajo.

Decíamos más arriba que el Estado es el poder social reificado y separado de las personas. En lo mismo se puede convertir una asamblea; sin embargo, la forma natural de relacionarse entre personas es el hablar directamente en plano de igualdad; por tanto, no se trata de establecer una posición autoritaria que elimine dicha igualdad para que se evite la “desviación” de la asamblea de sus labores. En realidad, como toda relación social formada por humanos imperfectos, debe ser llevada de la forma lo más adecuada posible, considerándola como lo que es, ni más ni menos.

Se ha echado muchas veces la culpa a la sociedad de su indiferencia, entendiéndola como objeto pasivo; sin embargo, no nos hemos dado cuenta de que son sujetos activos, defensores de su propia posición social, y por tanto, del sistema que se la otorga. Mientras esta defensa no se cambie no habrá nada que hacer para una minoría politizada. Tenemos que entender, por otra parte, que entre esta minoría y la “masa” de la población existe todo un conjunto de personas que se interesarían por un trabajo político real que no se está llevando a cabo. “Quemar o desviar las mercancías no tendría sentido para quienes no estuviesen dominados por ellas”[10], pero no solo hace falta estar dominados por ellas, sino que se hace necesario ser conscientes de dicha dominación para, a partir de ahí, realizar una práctica acertada. La falsa relación causa-efecto entre destrucción del capitalismo y creación de la libertad es una simple mitificación. Si no existe una forma organizativa que recoga a las personas que realicen la revolución, no se llegará más que a la vuelta al capitalismo. Históricamente dichas formas organizativas, caracterizadas por la toma del Estado, se han revelado como incorrectas al haber retornado al capitalismo, sobretodo aquellas cuyo retorno no fue consecuencia de una contrarrevolución militar.

Crear autoorganización entre las personas implica salirse de las “normas implícitas” de un movimiento revolucionario que no sabe estar a la altura de las circunstancias. Para que las acciones sirvan y se extiendan (son esos los motivos por los que se hacen) deben ser recogidas por un movimiento concienciado de quién es el enemigo, y para ello hace falta trabajo de calle mediante propaganda, acciones donde se de la cara, perder el miedo a hablar con la gente, perder el miedo al debate, asegurar nuestras posiciones teóricas, clarificarlas, ganarse el respeto sin rebajar el discurso, pero haciendo este más entendible, etc. Además es imprescindible plantear las asambleas y grupos de afinidad como alternativas eficaces y operativas, que sirvan como herramienta a las personas para organizar sus luchas y sus vidas. Únicamente así saldremos del círculo en el que estamos metidos para iniciar una espiral que vaya de la apropiación del poder social en asambleas, a la conciencia de lo innecesario del Estado y empresas, y de ahí a la visión revolucionaria que haga imprescindible la eliminación de estructuras y relaciones socio-económicas parasitarias.

Miguel Garrido, 2010
[1] Más adelante hablaremos de otro tipo de poder.

[2] K. Marx. El Capital.

[3] Sabemos que dichas relaciones ya existían antes del surgimiento del capitalismo, y que la teoría de la acumulación primitiva explica solo de forma parcial las condiciones que lo propiciaron. Además, Marx se basó en lo sucedido en Inglaterra. Sin embargo, vemos en el proceso inglés, entendiéndolo como un esquema sobre el que se plasmarían las diferencias nacionales, una primera muestra de las relaciones a las que nos referimos en el sistema que todavía sufrimos, ya que se dieron de forma diferente a las establecidas en etapas históricas anteriores. Por otro lado, nos referimos a las relaciones económicas, las patriarcales son objeto de otros análisis.

[4] P. J. Proudhon. ¿Qué es la propiedad?

[5] M. Bakunin. Dios y el Estado.

[6] E. Malatesta. La Anarquía.

[7] Hemos simplificado este ciclo –existen diversos factores que pueden influir o modificarlo (herencias, autónomos…) —, pero nos parece que sirve para lo que queremos expresar a continuación.

[8] Igual que sucede con la palabra “poder”, la palabra “autoridad” ha sido distorsionada en su significado, o más bien simplificada. Desde Bakunin a Erich Fromm se distinguen dos tipos de autoridad la positiva o aceptada, y la negativa o impuesta. Estamos evidentemente en contra de la segunda pero no en contra de “toda autoridad”. Debemos diferenciar entre una autoridad (valorada por sus conocimientos y respetuosa con la capacidad y la libertad individual) y una posición autoritaria (que establece la autoridad como forma de relación y funcionamiento, es decir, autoritarismo).

[9] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro.

[10] Ken Knabb. Reflexión doble. Prefacio a una Fenomenología del aspecto subjetivo de la actividad crítica-práctica.

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