Aparecida en el dossier de "El Viejo Topo" sobre decrecimiento.
—¿A qué atribuye usted el “boom” del discurso sobre el decrecimiento?
—Decir “boom” es excesivo. En parte obedece a un rasgo típico de la sociedad de masas como es la moda. Pero profundizando más diríamos que la ideología del decrecimiento llega tras el fracaso de la ideología precedente, la “alterglobalización” y a la falacia evidente de su fundamento económico, el “desarrollo sostenible”. El deterioro del planeta y la descomposición de la clase media ha sido tan contundente que los seudomovimientos apoyados en ella no pueden conformarse con una simple reconversión ecologista de la producción capitalista y reclaman la protección de la economía marginal gracias a la cual sobrevive el sector de la población excluido del mercado
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—¿En qué medida la alterglobalización era un seudomovimiento de las clases medias? ¿Puede precisar este aspecto socioestructural también respecto al decrecimiento?
—Yo precisaría de las clases medias en descomposición. La alterglobalización fue la primera respuesta de algunos sectores perdedores ante la mundialización de la economía: la burocracia sindical y política, los intelectuales orgánicos, los estudiantes, los funcionarios, los profesionales, los cuadros medios, los pueblerinos ilustrados de las plataformas, etc. Una especie de lumpenburguesía, partidaria del retorno a las condiciones capitalistas de la postguerra mediante el refuerzo del Estado. Digo seudomovimiento porque jamás los alterglobalizadores quisieron moverse, a no ser contra las minorías que practicaban la violencia contra los edificios institucionales y las sedes empresariales o financieras. Como buenos ciudadanos que van a votar y respetan el statu quo solamente pretendían dialogar para convencer a los dirigentes políticos e industriales “del Norte” de las bondades de sus propuestas, muchas de las cuales podíamos leer en Le Monde Diplomatique. En los últimos diez años, los avances de la globalización han sido tan feroces, sus efectos sobre el territorio tan tremendos y el desclasamiento tan acentuado, que los restos de esos seudomovimientos se han visto obligados a asirse a ideologías más elaboradas como la del decrecimiento, pero las tácticas y las intenciones son las mismas. No por casualidad Le Monde Diplomatique se ha pasado a esa moda.
—¿Cree que a la diagnosis del cambio necesario que postula el decrecimiento le falta la radicalidad política que implica una conflictividad social y de clase?
—Ahora que hay decrecimiento, o recesión (en terminología capitalista), si nos atenemos a lo que dice el ideólogo más conspicuo en estas tierras, el profesor Martínez Alier, en realidad se trataría solamente de integrar el coste de la degradación ambiental en el precio final de las mercancías; ese sería el principal cambio, un régimen económico que él mismo bautiza como “keynesianismo verde”. Para esto no se necesitan radicalismos, ni mucho menos conflictos, sino buenas relaciones institucionales y sobre todo, un poderoso aparato estatal que aplique un “new deal” ecológista. Los decrecentistas son enemigos de la radicalización de las luchas antidesarrollistas y en defensa del territorio, cuando no ajenos a ellas, puesto que quieren ser recibidos en los despachos del poder. Sus “buenas” intenciones son esas.
—¿No piensa que desde el discurso decrecentista podría nutrirse una praxis capaz de enfrentarse seriamente al sistema productivo actual? ¿De dónde pueden surgir estímulos para esta necesaria radicalización de los debates y “luchas antidesarrollistas”?
—Yo señalaría las luchas en defensa del territorio como las que mayores posibilidades tienen de plantear la cuestión social en los términos más verídicos y actuales, es decir, como cuestión que engloba todos los aspectos de la vida, siendo el entorno lo central. Pero los conflictos territoriales provocados por el desarrollismo (por el crecimiento) han de dejar toda la basura de “la nueva cultura del territorio” y del “no en mi patio trasero” y aceptar de una vez por todas el hecho de que es imposible una fórmula que compatibilice la integridad territorial, la vida sin apremios mercantilistas y el capitalismo más o menos regulado por el Estado. Nada puede preservar el territorio y garantizar una vida libre si éste no escapa a la economía, si no sale del mercado. Si sus habitantes no acaban con el sistema capitalista. Toda la lucha antidesarrollista, la auténtica lucha de clases moderna, ha de afrontarse desde esa perspectiva.
Miguel Amorós es historiador y un analista social no académico. Entre otros libros, es autor de Durruti en el laberinto (Virus editorial)
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